domingo, 16 de agosto de 2009

El Abuelo Híkuri


Me contó un día el Marakame Santos que sus niños comienzan a tomar la medicina del Híkuri desde muy pequeños. Eso me recordó al tío Melvin (hombre medicina de la nación Diné ó Navajo) quien contaba que a alguno de sus hijos le dio, al nacer, la medicina del Híkuri como primer alimento.

El Híkuri es el Peyote sagrado. Un cactus que crece en desiertos de Norteamérica. Los guardianes de esta medicina ancestral, en México, son los wixárcas. Cada año peregrinan hacia sus lugares sagrados para recolectarla y después, curar con ella.

Antes lo hacían andando, ahora ya rentan camiones para llegar hasta Wirikuta, el hogar del Venado Azul. Este es el nombre wixárica del desierto cercano a Real de Catorce, Estación Catorce o Wadley, sitios mundialmente conocidos por el turismo que busca un encuentro con el peyote.

Lejos de estas expediciones quizás movidas por la curiosidad, el deseo de sumar una nueva vivencia o incluso la fiesta y el "alucín", caminan los huicholes con huaraches polvorientos, empujados por el viento y sus corazones. Están seguros de que sus abuelos los miran gustosos.

Conectados a sus ancestros, los wixáricas de hoy continúan la antigua tradición de recolectar el corazón del venado y llevarlo hasta lugares inimaginables.

No sólo lo usan para ellos mismos, en sus comunidades escondidas entre cúspides y bruma. Lo portan con orgullo y humildad a sitios varios de México, otros países de América y hasta he conocido a Marakames que lo han llevado a Europa y África.

"Tatewari (el abuelo fuego) les dijo a nuestros abuelitos que ya era hora de compartir", nos dijo una vez Santos. Y con este consejo emprendieron un nuevo caminar. Entonces, los trajes bordados y sus morrales coloridos salieron de la sierra. Empezaron a sembrar la curación fuera de sus hogares.

Cuentan que cuando peregrinan a Wirikuta hacen algunos rituales (bastante intensos, a nuestro "juicio") Si te invitan a peregrinar con ellos -como teiwari- debes hacerlo durante cuatro años y, en caso de tenerla, permecer con la misma pareja sentimental con la que estabas al peregrinar por primera vez .

Hacen ejercicios fascinantes para derrocar el miedo y la razón: dejan de llamar las cosas por el nombre ordinario y comienzan un juego-reto de llamar a todo diferente. Lo que antes era el sol ahora es llamado la flor; el peyote, perro; el venado, cielo... por ejemplo.

Al cabo de unos días hablan únicamente con este nuevo lenguaje tejido al calor de sus pasos y entre risas, aprenden a traspasar esta limitante de la mente: el lenguaje. Que es, sin duda, un invento fantástico para comunicarnos, pero transgredirlo nos enseña que es también una muralla racional; una gama de etiquetas que sólo nombra la cáscara del objeto, que nos aleja de su esencia, que califica y juzga entidades que simplemente son.

Parece ya un concierto de sinsentidos que nos hace ver lo accesorio que es usar tal o cual palabra; ellas cambian y la esencia del sujeto sigue ahí. La comunicación se hace presente desde nuestro espíritu, ya no desde la mente.

Durante este andar, una noche se sientan en círculo con el Abuelo Fuego como su principal testigo y ante él, se confiesan. Hablan de todo lo ocurrido ese año pues antes de entrar al desierto sagrado y tomar la medicina es necesario estar limpio. Es muy común que en esta reunión salgan temas como infidelidades o traiciones.

Lo dicen frente al fuego pues él es el primero. El primer chamán, el Marakame, el curandero, el Abuelo, el Padre. El que todo lo puede transformar, el único que puede transmutar esta energía y quemar lo irreal para limpiar. El que les da la noticia para actuar, el camino hacia el perdón.

Y así toman de nuevo sus morrales, de día y de noche siguen sus pisadas. Cansados del viaje continúan ya con el corazón alegre, dispuestos a entrar a Wirikuta limpios y entonces contactar con la medicina del Venado Azul.

Y teiwari es...

Los Wixáricas (o Huicholes, como los conocemos en Castellano) son una étnia indígena de México. Habitan en las cimas de la Sierra Madre Occidental, en el norte del estado de Jalisco, justo en las fronteras que colindan con Nayarit, Zacatecas y Durango.

Viven en las alturas, donde las nubes acarician el verdor de las montañas. Sus niños corren libres entre ríos, flores y sembradíos de maíz, frijol, calabaza... En ciertas comunidades no ha llegado la luz eléctrica y ni un solo cable asoma estos cielos. Llegar a sus casas puede llevarnos hasta 12 horas, por tierra.
Pareciera, superficialmente, que no tienen nada... cuando lo tienen todo.

Wixárica significa: "Los hijos del águila" y Teiwari es la palabra que utilizan para referirse a nosotros, los mestizos.

La diferencia entre ellos y nosotros no recae únicamente en aspectos externos como el color de la piel o los rasgos físicos. La diferencia más profunda se hace presente en su recordar y nuestro olvidar.

Recuerdan ser puros, inocentes como niños; agradecen a la Madre Tierra, al Padre Sol, al Abuelo Fuego (Tatewari) por la vida, por el alimento, por el trabajo, por la salud. Honran sus orígenes, a sus abuelos; construyen familias basadas en la dualidad, en el complemento. Son sanos de espíritu (aunque no faltan aquellos que deciden andar otro camino) Hablan con la verdad, practican el silencio y la observación. Aman, viven, rezan, cantan, bailan. Agradecen. Son humildes y fuertes.

Sobra decir que estas cualidades no siempre se encuentran en nuestras sociedades. Aquí está nuestro olvido, porque esencialmente somos iguales y tenemos los mismos obstáculos de la mente, las mismas trabas generadas desde nuestra oscuridad y nuestros miedos, pero los teiwaris hemos olvidado el compromiso con nosotros mismos. El compromiso de amarnos, de andar nuestros caminos sonriendo, agradeciendo, honrando, rezando, cantando, aprendiendo, escuchando, observando, practicando el silencio y la humildad. Olvidamos que lo tenemos todo para vivir en amor, en belleza, en libertad, en felicidad.

Por eso somos Teiwaris.

Nuestros hermanos huicholes se refieren a nosotros de esta forma con ternura al vernos tan niños, algunos otros lo hacen con recelo y hasta miedo por los peligros que representamos en sus territorios, en su sociedad.

Es por ello que retomo este término, para expresar lo que aprendo cada día desde la aceptación de mi estado actual. Aceptar con amorcito y humildad que aunque nos falta mucho para ser grandes de espíritu, para creer en nuestro poder, en esencia somos bellos y limpios. Ellos y nosotros somos hijos de la Tierra; somos perfectos, como lo es la Creación.

Abrir los ojos de la conciencia nos permite ver quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos, de esta forma podremos andar nuestros caminos con verdad, paso a paso, en paz.

Ahá Mitakuye Oyasin