martes, 19 de julio de 2011

Matariki

Aunque el calendario gregoriano es, en muchos sentidos, arrítmico del danzar natural hay una concordancia con el ciclo de la vida en la que parece sí acertar: el año nuevo.

En el hemisferio Norte lo celebramos en invierno, cosa que en es muy natural. Los maoríes, por su parte, también comienzan sus años durante el invierno del cono Sur.

Resulta lógico e inteligente, no sólo con la razón sino con la sabiduría de la Vida. El invierno es una época de reposo, de descanso. Es el momento en que los animales, plantas y la tierra misma guardan su energía para resurgir, para comenzar de nuevo.

Después de este periodo de hibernación, toda la vida despierta con los primeros rayos del Sol que llegan al sonar de la primavera. La tierra espera latente al nacimiento desde sus entrañas y de esta manera el milagro se levanta.

Bajo el clima invernal muchos seres se adormecen -algunas veces es casi la muerte misma- para luego transmutar y volver a vivir.

Así los maoríes saludan a su nuevo ciclo. Es momento de agradecimiento a su pasado y a sus ancestros y de nuevas oraciones para su vida futura. Su sustento está en la Tierra y desde ella piden por las cosechas del año que está por llegar. Pasado el gélido clima, las promesas guardadas en las semillas se transformarán en realidad… quizás…

Su calendario lunar espera la aparición de las “Siete Hermanas” en el firmamento. Si la noche es clara se asomarán por el Oriente antes de que salga el Sol. Y al verlas, en esa madrugada, se podrá leer si será un año próspero o no: entre más brillantes y nítidas, más abundancia los bendecirá.

Las siete mujeres son reconocidas en todo el mundo, en muchas tradiciones. Los maoríes les llaman “Matariki”, los griegos las nombraron “Pléyades”. Desde ellas, incluso, hay quienes aseguran recibir la información que necesitamos los seres humanos para evolucionar en el sendero espiritual.

Su advenimiento se encuentra en los inicios del mes de junio y culmina el 21 del mismo mes.

Al cerrar la celebración de “Matariki” y la llegada del nuevo año acontecerá la noche más larga del hemisferio Sur y con ésta el frío invierno se abrirá paso. Abonará la tierra, la ayudará a descansar.

Éste, es el ciclo eterno. Es el ritmo vivo en constante movimiento. La colorida fiesta de las hojas, de los pájaros y de los ríos.

¡Feliz Matariki!

miércoles, 27 de abril de 2011

28 años... y contando!

Agradezco a la vida. Al Cosmos, a la dualidad creadora. Agradezco al Gran Espíritu, al Gran Misterio. Al agua, que es la vida misma.

A la tierra por ser mi hogar en esta vida y ser la que nos alimenta cada día. Al viento que nos ayuda a movernos y así, a estar vivos.

Al fuego, abuelito cariñoso y verdadero, quien me transforma y me ayuda a mirar. A ver dentro de mi oscuridad.

Agradezco la bendición de estar viva, sana, entera. La magia de la existencia que me permite estar aquí. Las razones -disfrazadas de casualidades- por las que estoy hoy en este instante, en este cuerpo. Con él disfruto del tacto y de los aromas.

Gracias a mis ancestros y los encuentros nada fortuitos que los hicieron unirse. Agradezco al amor que es el material divino del que está moldeada la vida; el mismo que generó el encuentro de esos hombres y mujeres. Agradezco sus vidas y el instante eterno que fundió sus aguas.

A mis abuelos y abuelas de estrellas y tierra. Su andar por este mundo dejó un hermoso regalo: Mis padres. Mi primer gran amor, mis primeros maestros. La relación más fuerte, más pura y también la de mayor trabajo. Con ellos me reflejo a mi misma y practico mi paciencia, respeto, tolerancia.

Por su vida vino la mía y la de mi hermano. Y agradezco el amarse pues con ello ambos estamos aquí. Creados en el amor, como cada uno de los seres vivos.

Gracias por los sabores. Gracias al chocolate, a la vainilla y al dulce sabor de los amigos. He sido la mejor amiga y la peor enemiga. La amada y la nada querida. He sido todo porque todos somos todo: toda emoción, todo rostro, el infinito entero.

He compartido con todos ustedes algo, un instante, una mirada, unas palabras, caricias, pláticas interminables, risas, llantos, felicidad y rabia. He sido todo, algo para cada uno, pequeño o grande, intrascendente o significativo.

Gracias a las sonrisas, a las lágrimas y mejor todavía, a las lágrimas de carcajadas.

Agradezco a las “coincidencias”, a lo inesperado, a lo etéreo, a la sorpresa del futuro –¡qué aburrido sería adivinar el guión de la vida!-. Gracias a la magia, a la ilusión, al tambor de mi corazón.

Quiero agradecerles a todos. A cada una de las relaciones que he formado, que he destruido, que he cuidado y que he desatendido. Todas las relaciones que han acompañado mi vida y que siguen haciéndolo. También todas las que se encendieron de momento y hoy son sólo un recuerdo.

Quiero agradecer los colores, a las plantas y su verde; a la luna y su azul de cielo y estrellas; al turquesa del océano. A los gatos y libélulas. A los mangos y a los elefantes. A la música. Gracias por la albahaca, por las flores y por el olor a la tierra mojada.

Gracias a todos, porque todos somos familia. Familia de sangre y familia cósmica. Somos nuestras propias relaciones y ellas nos nutren, nos enseñan, nos cambian, nos maduran, nos enriquecen. Gracias a quienes han cambiado mi vida.

Gracias a los que me alegra agradecerles. Gracias a quienes me cuesta trabajo decir gracias. Gracias. A la vida, a sus vidas.

Al milagro de re-encontrarnos: Gracias.

Gracias Pachamama. Gracias Padre Sol

¡Aha! Mitakuye Oyasin/ Todos estamos relacionados